Geográficamente, el surrealismo es comúnmente asociado con los cafés parisinos donde artistas como André Breton, Salvador Dalí, Leonora Carrington, Max Ernst y Man Ray se reunían, analizando sus sueños para crear un arte que pudiera conquistar el salvaje mundo del inconsciente. Sin embargo, conforme la Segunda Guerra Mundial se iba preparando en los años 30, estos artistas y su movimiento se encontraron con la necesidad de encontrar un nuevo espacio. El deseo de escapar del conflicto los obligó a moverse hacia América, convirtiendo a México en el segundo hogar del Surrealismo.
En 1936 en una carta a Breton, el poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, quien vivió muchos años exiliado en México, capturo vívidamente la seducción que el país le provocaba: “Estamos en la tierra de la belleza convulsiva, la tierra de los delirios comestibles” escribió, convenciendo a Breton que abandonara París por México – “es un lugar para lo mutable, lo perturbador, la otra muerte, es en corto, la tierra soñada, inevitable para el espíritu surrealista”.
Breton fundó el Surrealismo en 1924 con la publicación de su famoso “Manifiesto Surrealista”. El texto era un llamado por una nueva forma de arte y literatura que estuviera en función de los sentimientos y los sueños – muy lejano de la realidad que la Primera Guerra Mundial y sus estragos habían dejado – como una forma de oposición a la razón y la realidad. “Completamente en contra de la marea” dijo Breton, “es una violenta reacción en contra del empobrecimiento y esterilidad de pensamiento que ha sido el resultado de siglos de pensamiento racionalista, nos giramos hacia lo maravilloso y nos dedicamos hacia él incondicionalmente”. El Surrealismo tomó varias formas: dibujos y escritos “automáticos” por Breton, pinturas de formas derretidas y mundos alternativos por Dalí, misteriosos collages por Ersnt, fotografías místicas por Man Ray y más.
Sin embargo, no fue hasta finales de los años 30 que la relación del Surrealismo con México se consolidó. Conforme Adolfo Hitler se convertía en una figura más poderosa, se volvió claro que Europa se encaminaba hacia otra guerra. Los artistas progresivos que temían por sus vidas comenzaron a buscar rutas de escape. Algunos, como Ernst e Yves Tanguy se dirigieron hacia Nueva York. Otros tomaron la ruta sur hacia México.
Un factor que ayudó mucho fue que las leyes de inmigración en México eran mucho menos rígidas que las de Estados Unidos. El presidente Lázaro Cárdenas fue famosamente indulgente cuando se trataba de aceptar inmigrantes, especialmente aquellos que estaban políticamente alineados a su régimen. Por ejemplo, el ruso revolucionario Leon Trotsky trabó amistad con varios artistas europeos y mexicanos, y tuvo un romance con Frida Kahlo durante su exilio en México.
Impulsado por la presión política, y animado por sus amigos Cardoza y Aragón y el poeta surrealista Antonin Artaud, Breton se embarcó en su primer viaje a México en 1938. Y para consolidar aún más el intercambio creativo entre Europa y México, Breton y su esposa, la pintora Jacqueline Lamba, se quedaron con Diego Rivera y Frida Kahlo en su legendaria Casa Azul.
Apenas llevaba 2 meses de haber arribado cuando Breton comenzó a presumir a México como el “lugar surrealista por excelencia”, e incluso comenzó a convencer a otros artistas de su círculo parisino de que se le unieran. Breton incluso dedicó un artículo en su revista surrealista Minotauro el arte que encontró en México. Reproducciones de los trabajos de Kahlo, Rivera, Manuel Álvarez Bravo y más, cubrieron las páginas de su revista; su artículo homenajeaba al país como el lugar donde “la realidad sobrepasaba el esplendor prometido por los sueños”.
A mediados de los años 40, los surrealistas europeos como Leonora Carrington, Remedios Varo, José y Kati Horna, Gordon Onslow-Ford, Esteban Francés, Wolfgang Paalen y Alice Rahon ya habían seguido los pasos de Breton. En México, ellos congeniaban con artistas locales como Kahlo, Lola Álvarez Bravo y Gunther Gerzso, quienes ya incorporaban imágenes con características oníricas en sus lienzos.
Particularmente el trabajo de Kahlo se convirtió en un foco para los Surrealistas. Cuando Breton visitó su estudió por primera vez, ella se encontraba en el proceso de completar Lo que el agua me dió (1938), un lienzo que ilustraba una bañera con una serie de formas simbólicas de su vida (un vestido tradicional de Tehuana, sus padres, un volcán escupiendo el Empire State) flotando alrededor de sus pies. Breton inmediatamente la invitó a su exposición en Paris, donde su apariencia “dejó a todos sin aliento, como un montón de gusanos de seda que observaban un locomotor pasar a toda velocidad” escribió Lamba a Rivera en 1939.
Sin embargo, Kahlo se resistió a ser categorizada dentro del movimiento. “Yo nunca supe que era surrealista hasta que André Breton vino a México y me dijo que yo era una” le dijo a Julien Levy en 1930, “Yo misma aún no sé que soy”. Aun así, ella entregó su trabajo a numerosas exposiciones surrealistas, una de las cuales se convirtió en un momento clave para la carrera de Kahlo y el movimiento Surrealista.
En 1940 se inauguró en la Galería de Arte Mexicano (administrada por la entonces poderosa galerista Inés Amor) la Exposición Internacional del Surrealismo. Organizado por el artista austriaco Wolfgang Paalen, la exposición juntó el trabajo de artistas surrealistas de origen mexicano y europeo (Dalí, Ernst, Rivera, Varo, Manuel Álvarez Bravo, Jean Arp, René Magritte, Meret Oppenheim y más) y relevó uno de los trabajos más significativos de Kahlo “Las dos Fridas” (1939).
Paalen incluyó en la exposición piezas de arte prehispánico de la colección de Diego Rivera para reafirmar la influencia de la espiritualidad antigua de México sobre el movimiento surrealista. Paalen y su esposa, la pintora Alice Rahon, eran ávidos coleccionistas del trabajo prehispánico y después de mudarse a México, comenzaron a hacer obras inspiradas en los dioses y la mitología local, que fueron representados en su trabajo.
Por otra parte, los surrealistas también estuvieron fascinados por la fuerza espiritual de la naturaleza. Los volcanes que se alzaban en el paisaje fueron objeto de inspiración para los artistas. En el primer artículo de Dyn (una revista que Paalen fundó en 1942 en México y que tocaba temas de surrealismo, arte indígena y ciencia), Rahon contribuyó con una oda poética para el volcán Iztaccíhuatl. El artista chileno Roberto Matta también se tornó hacia los volcanes cuando visitó México, incorporándolos en sus obras como Los desastres del misticismo (1942) y La Tierra es un hombre (1942). “Yo veía todo en flamas, desde un punto de vista metafísico” escribió el artista sobre su experiencia, “Yo estaba hablando desde adentro del volcán, y más allá del volcán… Yo pinté lo que se quemó dentro de mi y la mejor imagen de mi cuerpo fue el volcán”.
Los aspectos místicos y esotéricos de la espiritualidad fueron de especial interés para un grupo de mujeres surrealistas que destacaron dentro del movimiento surrealista en México, y que disfrutaron de su autonomía dentro de su nuevo hogar. Varo, Carrington y Horna se convirtieron en una especie de trío en los años 40 en la Ciudad de México. Todas hacían obras inspiradas en la mitología prehispánica, el tarot, la alquimia, la astrología y el ocultismo.
Mientras que en Europa las artistas femeninas del surrealismo habían sido relegadas al rol de musas, en México ellas reclamaron el rol de artistas. En México ellas se sintieron libres de los rígidos roles de género de Europa, una sensación que iba acompañada por la introducción a la cultura matriarcal de México, donde en las culturas paganas, las mujeres tenían fuerza y poderes mágicos. Kahlo, quien ya llevaba tiempo inspirada en este aspecto de la historia de América, se sentía en deuda con las culturas matriarcales de México, y es por ello que ella incluso costuraba sus propios vestidos inspirados en el estilo del Istmo de Tehuantepec, la única región donde las mujeres aún eran percibidas como el sexo dominante.
A través del trabajo de Varo, Carrington y Horna, las mujeres se convirtieron en el centro de atención como diosas y hechiceras que reclamaban poder en áreas donde se les había negado. En el cuadro de Carrington La Casa de los Opuestos (1945) ella transforma un tradicional espacio doméstico en un laboratorio ocultista para hacer magia; en la cocina, 3 figuras (probables representaciones de la misma Carrington, junto con Varo y Horna) se reúnen alrededor de un caldero, donde parecen estar realizando una poderosa poción. A la par, en la obra de Varo “Bordando el manto terrestre”(1961), un grupo de mujeres reclama el acto doméstico de tejer para literalmente construir su propio mundo; en su manto ellas producen un nuevo mundo en donde ellas viven y posiblemente mandan.
Carrington, Varo y Horna (junto con muchos otros surrealistas) permanecieron en México por el resto de sus vidas, mucho después de que la Segunda Guerra Mundial hubiera terminado. Allí, alejados de las limitantes tradiciones de Europa, su trabajo se expandió y evolucionó junto con el exuberante paisaje del país, su mitología, sus tradiciones místicas y el trabajo de artistas contemporáneos como Kahlo y Rivera. En México, el surrealismo se transformó en un movimiento más inclusivo, diverso y profundamente más innovador de lo que Breton, después de fundarlo, jamás soñó que podría ser.
Fragmentos del artículo When Mexico became a surrealist mecca de Artsy. https://bit.ly/2XLhpT3