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Dolores Olmedo, la filantropista leal al arte de Diego Rivera
Nacional | 01 AGO 2019 Por El País

Musa, coleccionista y empresaria, la admiración que sintió desde niña por el pintor la convirtió después en la mejor divulgadora de la cultura y de las tradiciones de México

Dolores Olmedo dijo en una ocasión que todo lo que había hecho en la vida era “el producto de los esfuerzos de una mujer mexicana, enseñada por otra mujer mexicana a amar a su país por encima de todas las cosas”. Ese podía haber sido su epitafio después de una vida que, marcada por las circunstancias políticas y sociales del siglo XX en México, dedicó a la cultura y a la preservación y promoción del patrimonio artístico del país.

Mucho antes de que los ascensores se convirtieran en argumentos de películas, Dolores se encontró con el pintor Diego Rivera en uno de la Secretaría de Educación cuando acompañaba a su madre y allí cambió su vida. Acabó convirtiéndola en musa al pintar varios bocetos y despertando en ella una profunda admiración que los hizo amigos inseparables, especialmente en los últimos años de vida del artista.

A partir de ese momento, Lola, como después fue conocida, orientó su vida al interés por el arte, en especial el de Diego Rivera, con el que se comprometió a hacer perdurar su legado para el disfrute del pueblo mexicano, si bien también fue una mujer polifacética y exitosa en los negocios.

María de los Dolores Olmedo y Patiño Suárez nació el 14 de diciembre de 1908, en Tacubaya, Ciudad de México. Era la mayor de los hijos de una maestra a quien admiró y agradeció siempre sus esfuerzos, María Patiño Suárez, y de un contador y abogado, Manuel Olmedo Mayagoitia. Nacida dos años antes de la Revolución mexicana y perdiendo a su padre cuando tenía seis, su infancia, como hermana mayor, no fue fácil en un periodo de extrema necesidad.

La situación familiar y también la del país impidieron a Dolores Olmedo y a sus hermanos ir a la escuela con regularidad, aunque todos recibieron las primeras nociones de lectura y escritura en la escuela primaria de Tacubaya, donde su madre daba clases. A lo largo de su vida Dolores siempre recordó que la influencia principal en su vida provenía del ejemplo de su madre.

Dolores la ayudaba dando algunas clases de dibujo a grupos de niños pequeños y fue así como se interesó por las artes y cómo empezó a prepararse y a estudiar para cubrir los créditos correspondientes a la educación secundaria. Posteriormente ingresó en la escuela nacional preparatoria, que era el requisito anterior a la Universidad Nacional.

En 1924 se produce el encuentro revelador entre Dolores Olmedo y el pintor Diego Rivera en el edificio de la Secretaría de Educación Pública. Dolores, que acompañaba a su madre, y el artista, que pintaba murales en el edificio, coincidieron en el ascensor. Él le pidió permiso a la madre para realizar algunos bocetos de la belleza de la que se había quedado prendado y la conexión entre ambos desde aquel momento quedó de por vida marcada por la admiración y la amistad.

Dolores comenzó su trabajo de posgrado en la Universidad Autónoma de México estudiando leyes durante dos años en un momento en el que pocas mujeres alcanzaban un nivel universitario. Sin embargo, su gran pasión por las artes y la cultura de México la alejó de ese camino, eligiendo la Escuela Nacional de Música y la Academia de San Carlos.

Desde muy joven empezó a convivir con intelectuales de la época, lo que aumentaron su interés y su conocimiento sobre el arte: poetas como Salvador Novo y Xavier Villaurrutia, escritores como Jaime Torres Bodet; filósofos como José Vasconcelos y Antonio Caso; músicos como Julián Carrillo, Luis Sandi, Manuel M. Ponce y Carlos Chávez; políticos como Narciso Bassols y los pintores Joaquín Clausell, Alfredo Ramos Martínez y Germán Gedovius.

En esos años prodigiosos de juventud Dolores Olmedo conoció también a Howard Phillips, un periodista británico de educación victoriana que trabajaba como editor en la revista Mexican Life, y con quien contrajo matrimonio en 1935. A principios de los años 40, Lola Olmedo ya era madre de cuatro hijos: Alfredo, Irene, Eduardo y Carlos y, si bien la pareja se separó en 1948, siguieron en contacto y manteniendo una buena relación hasta la muerte de Howard.

Diego Rivera, que también escribía en la revista Mexican Life, regaló a Dolores un desnudo y un autorretrato que años más tarde le pidió que le devolviera, motivando que la amistad entre Dolores y Diego se viera marcada por el distanciamiento durante algunos años.

Dolores siguió formándose y, tras dos años de Derecho y su incursión en la Música y el Arte, estudió Filosofía y viajó a París para estudiar Antropología, Museología e Historia del Arte. A su regreso a México decidió emprender una carrera en la industria de los ladrillo y después en la construcción por su compromiso, como hermana mayor, de mantener a su familia tras el fallecimiento de su madre.

Sus pequeñas empresas fueron creciendo gracias a la colaboración con varias compañías de construcción y pronto Dolores se convirtió en una industrial de gran éxito y en una destacada empresaria. Llegó a ser directora general de una empresa inmobiliaria, algo impensable en la época en la que lo logró, cuando las mujeres no dirigían empresas y mucho menos empresas de la construcción.

Con las ganancias que obtuvo de sus empresas, alguna de ellas de las más grandes de México, invirtió en propiedades. Dolores demostró ser tan astuta que prácticamente todo lo que tocaba era un éxito considerable, así que pudo cumplir su ambición de toda la vida por coleccionar arte, ya que su amor por la cultura mexicana nunca cayó en el olvido.

En 1955 renació la amistad aletargada por el distanciamiento entre Dolores Olmedo y Diego Rivera, aunque el afecto y los detalles entre ellos nunca desaparecieron. En ese momento el pintor ya sabía que estaba condenado a muerte por el cáncer que sufría, y Lola, que ya había adquirido algunas obras suyas, lo ayudó cuando regresó del viaje que Diego hizo a la Unión Soviética para tratarse de la enfermedad. Diego pintó a Dolores Olmedo ese año sosteniendo una cesta de frutas tropicales y con el colorido vestido indígena tehuana bordado del sur de México.

En ese momento Diego Rivera aconsejó a Lola que comprara piezas prehispánicas, con las que inició una colección que fue incrementándose con otras piezas arqueológicas, diversos trabajos pictóricos y objetos que pertenecieron a Frida Kahlo. El objetivo era destinarlas para dar contenido a museos públicos.

Diego Rivera realizó su testamento público abierto en el cual legaba bienes inmuebles a diez personas, entre ellas a Dolores Olmedo. En octubre de 1956, además de las obras de arte que ella había adquirido, Diego le sugirió otras para enriquecer su colección y asegurar su legado. El 20 de octubre de 1957, Diego Rivera, en mal estado de salud, extendió una carta ante notario concediendo a Olmedo los derechos de todas sus obras, textos y documentos en su poder.

A la muerte de Diego, ese mismo año, doña Lola, como comenzó a ser llamada, había adquirido 50 obras de Rivera, además del compromiso de hacerse cargo de los museos Frida Kahlo y Diego Rivera. Durante los siguientes años ella mantuvo su interés por el coleccionismo y nada la detuvo para seguir comprando obra pictórica, lotes de piezas prehispánicas, estofados novohispanos y arte popular mesoamericano.

A partir de ese momento, Dolores Olmedo ocupó posiciones políticas y culturales desde las que pudo organizar exhibiciones de arte mexicano dentro y fuera del país. Su talento para los negocios, su buen ojo como coleccionista y su determinación por acrecentar el patrimonio cultural de México la llevaron a conseguir la construcción del Museo Dolores Olmedo.

En 1962 adquirió la hacienda La Noria, una finca en Xochimilco que serviría como su hogar y acogería su museo y fundación. Allí crió Dolores pavos reales, patos, gansos de Canadá, pollos y xoloitzcuintles. Con su cabello negro azulado raspado hacia atrás y su fina colección de joyas era considerada una mujer poderosa, elegante y llena de ‘glamour’.

El Museo Dolores Olmedo Patiño, que abrió sus puertas al público en 1994, alberga 128 de las obras de Rivera y 25 de Frida Kahlo, además de más de 6.000 piezas arqueológicas de innumerables culturas mexicanas y una biblioteca con 4.000 ejemplares. Además, exhibe una gran colección de muebles antiguos de la época colonial, así como una vasta colección de arte popular de todo México. Su colección del trabajo de Kahlo está considerada entre las mejores del mundo, una colección que proporciona una visión general de toda su carrera, y también incluye uno de los primeros dibujos a lápiz que hizo Rivera: un retrato de su madre cuando solo tenía 10 años, así como Las sandías, el último trabajo que pintó y firmó.

Doña Lola tuvo tiempo de casarse en dos ocasiones más: aunque siempre mantuvo una buena relación con su primera marido, Howard Phillips, hasta que falleció en 1972, contrajo matrimonio por segunda vez con Juan Cañedo, un torero, si bien también fracasó, al igual que en la tercera ocasión, esta vez con Arturo Izquierdo.

Dolores Olmedo falleció el 27 de julio de 2002, a los 93 años, en su casa de Xochimilco, en Ciudad de México. Dejó el legado de una gran promotora de la cultura, logrando lo que todo buen mecenas aspira siempre a lograr: ayudar al arte a trascender y, al mismo tiempo, que trascienda la persona. Desempeñó un papel vital en la vida cultural mexicana organizando exposiciones de arte mexicano en el extranjero y luchó por preservar las tradiciones que rodeaban el Día de los Muertos, que corrían peligro de ser desplazadas por la popularidad de Halloween. Fue, además de una musa para los pintores, la defensora de la cultura y la tradición mexicanas, un título que encajaba muy bien con su figura y forma de ser.

Artículo por El País, vía https://bit.ly/2PFkegm


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