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El Neopompeyismo: una tendencia creada en el Olimpo decimonónico
Artículos | 27 NOV 2021 Por Valeria Correa

Detrás del escándalo y las polémicas que causaron a lo largo del siglo XIX los movimientos de Delacroix, Courbet y Monet con sus amigos, se desarrollaba una historia que no desafiaba a las normas del momento, pero que fue tan increíble como las de aquellos ya ampliamente conocidos gigantes del siglo.

Aunque dijimos que no desafiaba a las normas, de ninguna manera nos referimos a que fuese conformista en algún aspecto. Los artistas que pintaban dentro de esta tendencia se exigían excelencia al momento de pintar y esta debía de ser equivalente a la perfección y virtud que atribuían a la antigua Grecia, específicamente a Atenas.

Este enfoque en Atenas obviamente no era casualidad, pero tampoco se debía a que por arte de magia los ingleses despertaron una gran pasión por pasearse en las ruinas de la acrópolis. En realidad, la historia si empieza un poco de esa manera, pero con una expedición arqueológica realizada en el año 1800 por el conde de Elgin, el cual destinó tiempo y recursos para recuperar restos y fragmentos tanto de esculturas como del mismo edificio que fue el templo de Atenea, el famoso Partenón.

Los resultados de esa expedición se convirtieron en una exposición en la casa del conde y esta pronto se volvió increíblemente valiosa para los artistas en Londres, los cuales visitaban continuamente los “mármoles de Elgin” como atraídos por el espíritu magnético de una musa que incansablemente los inspiraba.

Uno de los protagonistas de esta historia -tal vez el más importante- fue Frederic Leighton. Nacido inglés pero criado en diversos países de Europa, recibió una educación tan clásica como universal y virtuosa en diferentes temas, esto dio como resultado a un ser – que William Gaunt no falló en describir como – olímpico. Al contrario de lo que podría parecer, Leighton no fue de esos apasionados amantes de los mármoles de Elgin, incluso llegó al mundo 30 años después del auge de estos en Inglaterra y supo de ellos 20 años después, estando en Roma. De Leighton se esperaban muchas cosas, entre estas la perfección y el éxito, cosas que obtuvo con enorme naturalidad y gracia, razón por la que no es exagerado por parte de Gaunt llamarlo olímpico.

Era un príncipe entre los hombres, de gran virtud y grandeza de espíritu, perfecto desde el físico, hasta el carácter y el talento, toda su educación brotaba de manera uniforme desde su aura de excelencia sin llegar a terrenos de arrogancia o egocentrismo y como tal, noblemente centrado en sí mismo y casado con su arte, eventualmente atrajo la atención y el interés de una gran cantidad de personas.

Leighton ciertamente fue amigo de mucha gente, pero en realidad no era amigo de cualquiera, sin embargo, nunca dudó en ofrecer amabilidad y generosidad a su alrededor, un ejemplo relevante de estos actos desinteresados fue la atención que tuvo con Edward J. Poynter, 6 años menor que Leighton. Al poco tiempo de conocerse Poynter se vio inspirado en el trabajo de Leighton y en su dedicación a su arte, pese a que eran unos jóvenes de 17 y 23 años. En esos días, Leighton le permitió acceso absoluto a su estudio y materiales con tal de apoyarle en su intención de ser un artista. Con el paso de los años, sería Poynter quien definiría primero su estilo inclinado a la representación de escenas clásicas y sucedería a Leighton como presidente de la Royal Academy – esto sin contar el intervalo de meses en el que J. E. Millais ocupó el puesto- en el año de 1986.

Entre 1870 y 1880 un grupo con características academicistas y temas muy cercanos entre sí, escenas de género o mitológicas que emulaban visiones posibles de la antigüedad clásica, Leighton a la cabeza de este conjunto, Poynter también formó parte junto con otro gran amigo de Leighton, George F. Watts, menos clásico que el resto y más expresivo, Watts realizó obras con colores más oscuros que el resto y menos perfección en los contornos, pero eso no le restó precisión a su dibujo ni lo alejó del detalle. Sin embargo, no se limitó a escenas clásicas, también hizo alegorías altamente expresivas y pintó fuertemente personajes bíblicos.

Pese a no ser inglés, es importante mencionar a Lawrence Alma-Tadema, originalmente holandés, creó fama y fortuna en su país de origen gracias a brillantes tratos con un excelente marchante de arte que preparó bastante bien el escenario para Tadema a lo largo de Europa, esto hizo que al mudarse definitivamente a Inglaterra, le bastase un solo cuadro como entrada triunfal y sin más, ya estaba posicionado entre los artistas londinenses y los académicos. Si Leighton fue el olímpico infalible e inquieto que viajó interminables veces a lo largo del continente y el medio Oriente, Alma-Tadema fue el preciso arqueólogo que estudió detalles hasta la perfección y los plasmó magistralmente en sus obras. Según Gaunt (1952), Alma-Tadema poseía una colección de artículos recuperados de las ruinas de Pompeya, los cuales no solo utilizó para agregar fidelidad a sus pinturas, sino que también le ayudaron a imaginar el ambiente en el que plasmaba sus escenas.

En esta breve presentación de algunos de los personajes destacados dentro de esta tendencia no alcanza para compartir realmente lo que fue el espíritu del Neopompeyismo y su historia, ya que como cualquier manifestación artística tuvo su auge y su ocaso. Presentaremos una segunda entrega de este tema en la que hablaremos de lo anterior y un poco de porqué prácticamente no se habla de este lado del arte académico decimonónico en la historia del arte.

Fuente: El Olimpo Victoriano (1952) de William Gaunt.

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