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Historia del coleccionismo de arte parte III
Artículos | 10 AGO 2021 Por Valeria Correa

De los primeros museos a nuestros días.


En la parte dos de esta trilogía, conocimos algunos factores que llevaron a las obras de arte fuera de sus patrias, haciendo que viajaran de colección en colección, si te la perdiste puedes encontrarla haciendo click aquí. En esta entrega hablaremos de cómo esas colecciones dejaron de ser mostradas exclusivamente entre nobles y llegaron a un mayor número de gente.

La consciencia sobre el prestigio a través de dar a conocer las obras dentro de las colecciones de arte incrementó considerablemente en el siglo XVIII, así que solo compartirlo entre nobles y aristócratas, no era suficiente, tal mensaje debía de llegar al pueblo para que este reconociese qué es la riqueza, el gusto refinado, a quién pertenecen esos bienes y qué significan. El mensaje del poder que todo lo obtiene y todo lo conquista se comenzó a transmitir a través de la creación de instituciones públicas en las que las visitas a las obras de arte eran posibles para la gente común.

Con el Cortile del Papa Julio II como antecedente, la colección papal incrementaría de gran manera durante el siglo XVIII de tal forma que, en 1780, se inauguró el Museo Pío Clementino, destinado a mostrar las adquisiciones de colecciones artísticas y arte romano que los Papas se habían asegurado de conseguir. Tras el cambio ideológico que viajaba por Europa, el cual hizo que las colecciones se compartieran abiertamente para extender la propagación del prestigio que este significaba, la apertura del Pío Clementino cargó con la intensión de esparcir el poder del Papado y a su vez, inició un conjunto mayor que seguiría la misma intensión, los Museos Vaticanos.

En Francia, se inauguró en 1793 el Museo Francés, cuyo nombre e historia cambiaron al terminar la Revolución Francesa y con el inicio del Imperio Napoleónico. Para el 1800, era conocido como Museo Napoleónico y fue enriquecido con reliquias y obras que el emperador saqueaba y recolectaba en sus expediciones y conquistas. De estos saqueos, el ejército napoleónico sabía reconocer lo que era relevante; prueba de esto está en la especial atención que tuvieron en las campañas egipcias, de las cuales saquearon gran cantidad de arte y reliquias realmente valiosas. A la caída de Napoleón, el museo se vio lleno de solicitudes de restitución del arte saqueado, finalizando el Museo Napoleónico, convirtiéndose en el Louvre. Pese a las obras que fueron devueltas, muchas siguen constituyendo el museo más importante de nuestros días y su colección, una de las más ricas del mundo.

Como mencionamos en la segunda parte de este artículo, la colección real de Felipe IV sería de gran importancia para una destacada pinacoteca, pero esto sería hasta el siglo XIX. En un principio, los reyes españoles, Fernando VII e Isabel de Braganza, recuperaron el edificio que hoy es conocido como Museo del Prado, ya que este fue usado como cuartel de guerra durante las invasiones francesas. La rehabilitación de este lugar tuvo como propósito la exposición de una pequeña parte de la colección real, esto entre 1818 y 1819. Sin embargo, al fallecer Fernando VII, la reina Isabel decide no dividir la colección real entre sus herederos como se acostumbraba, esto ayudó cuando en 1865 se vincularon las propiedades de la Corona al Estado, pasando toda la colección real al catálogo de Museo del Prado. 

Justo en ese mismo año, del otro lado del mundo, terminaba un episodio importante en la historia de Estados Unidos: la Guerra Civil. El final de este conflicto llevó después de un tiempo a un apresurado desarrollo gracias a la industrialización, trayendo consigo el nacimiento de poderosas familias cuyos jefes y herederos destacarían en el siglo XX, principalmente, los que se involucraron en el mundo del arte.

Con siglos de diferencia, pero acompañados por fondos aparentemente inagotables, los coleccionistas del nuevo mundo por excelencia fueron los estadounidenses del siglo XX, por ejemplo, John P. Morgan (1837-1913) quien fue un empresario y banquero, dedicó las últimas dos décadas de su vida al coleccionismo de obras de arte y objetos exóticos. El valor que invirtió en su colección antes de su muerte equivale a 900 millones de dólares en nuestra actualidad e incluso fundó un museo librería que permanece abierto hoy en día, ubicado en Manhattan, Nueva York.

Otros ejemplos cuyas historias tuvieron como resultado museos que se mantienen en pie actualmente serían Isabella S. Gardner, Henry Frick y por supuesto, Peggy Guggenheim. Por su parte, Isabella Gardner (1840-1924), quien destacó por ser una ávida coleccionista, filántropa y mecenas de arte, fundó su propio museo en Boston donde situó su gran colección de arte. Henry Frick (1849-1919) dejó su mansión como legado para la ciudad de Nueva York, con el propósito de que ese espacio fuese usado para establecer la Frick Collection, un acervo de las obras y objetos que obtuvo a lo largo de 4 décadas.

Por último, Peggy Guggenheim (1898-1979), nacida en una familia de judíos que migraron de Europa a Estados Unidos que llevaba dos generaciones creando riqueza en ese país, destacó en el siglo XX como mecenas y coleccionista de arte, de tal forma que no solo existe un museo destinado a su colección en Venecia, Italia, también ha sido representada en el cine. Apareciendo en la película Pollock (2000), podemos apreciar un poco del papel protagónico que tuvo ella en la historia del arte americano en su tiempo, como el descubrimiento de Pollock y su mecenazgo con otros artistas. Creando tal impacto, que posicionó el mercado americano del arte a un nivel cercano al Europeo, después de haber experimentado cada esfera prominente del momento, París, Londres, Nueva York. Se convirtió en la mecenas por excelencia del arte moderno, dejando huella y pasando a la historia como tal.

La historia del coleccionismo de arte pasó por diversas etapas en la que los propósitos y los métodos sufrieron tantos cambios como reapariciones. A veces hasta tragedias como pérdidas durante guerras, pero en la actualidad, el coleccionismo tiene una consciencia que posiblemente se comenzó a formar en la segunda mitad del siglo XX. La promoción del arte y apoyar su circulación es una necesidad real y relevante en nuestros días, es por lo que el coleccionismo del arte se considera más una inversión que un gusto. Puede parecer difícil y complicado, no solo iniciar, sino también conocer el mercado del arte, pero ser parte del circuito que alimenta e impulsa la cultura, es una labor que todos deberíamos de asumir.

Participar en el circuito del arte no es tan complicado y tampoco requiere estrictamente que uno se vuelva coleccionista. Asistir a museos, galerías y demás eventos culturales ayuda en el flujo de ese circuito, ya que los agentes que llevan el arte del taller de los creadores al público son precisamente una mera transición, el objetivo es el público y que el arte alcance la mayor cantidad posible. Después de todo, el arte existe con la finalidad de ser visto.

Fuentes: Artelista, Arte informado.

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