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La condición vital de la pintura Uayé
Local | 23 SEP 2019 Por Alberto Arceo Escalante

Durante el presente año se montó en el Museo de la Ciudad la exhibición llamada “Uayé Mix” en un ejercicio por visibilizar cierta producción pictórica marcada por una condición de liminal y que entraña un reviramiento fresco en el contexto creativo actual. La producción de cada uno de los que integran la exposición obedece a sus procesos particulares; sus coincidencias más bien radican en una postura ante el problema del arte y su práctica cotidiana. A continuación se anexa el texto de sala que acompañó la exposición.

Caracteriza al grupo de artistas que forman esta exposición el ejercicio constante de la acción pictórica y la admisión del oficio como modo de vida. Esto ha devenido en un cuerpo de obra que acusa vitalidad y obstinación, que implica una apuesta al arte no sólo como forma de sustento sino como objeto en torno cual se organiza la existencia cotidiana. Dicha vitalidad se evidencia en el color intenso, en la gestualidad del trazo, en las texturas espontáneas y orgánicas, y en las temáticas que abrazan lo ordinario con desenfado.

Adrián Bastarrechea, Irvim Victoria, Juan Pueblo y Carlos Pliego asumen pintar con atrevimiento y, en cierta forma, bajo sus propias reglas aunque eso signifique potenciar los riegos del mercado de arte local, que en sí apenas subsiste débilmente. A contrapelo la producción de los cuatro ha ganado terreno en la escena local y, poco a poco, la producción de cada de uno de ellos ha madurado y adquirido más valor.

Es posible ver en la obra de los cuatro un guiño al tema de la identidad. El propio nombre de la exposición, derivado de algo que llaman “Uayé” y que significa “de aquí”, demuestra sus preocupaciones en torno a los contenidos que definen sus identidades en un escenario global que ya muestra visibles retrocesos nacionalistas, contexto en el cual artistas reafirman con ahínco aspectos locales sin pretender dejar de dialogar con lo externo.

  También se puede observar en sus espacios de producción, en las habitaciones de sus casas que han transmutado en sus propios talleres, la vitalidad del ejercicio creativo. Sus casas-talleres son montajes que muestran la vida del pintor de tiempo completo. Por ello, en este ejercicio curatorial, se les ha invitado a apropiarse de las salas del museo por un tiempo como espacio de creación, en un ensayo por imprimirle a las salas aquella energía que circundan los lienzos en proceso en sus propios talleres.


Como parte del trabajo colectivo de estos pintores se encuentran las colaboraciones que realizan a veces entre o dos o más autores. Tomando turno, uno después del otro, construyen una imagen conjunta en un proceso rizomatico en el que los mundos se entremezclan dando paso a imágenes hibridas e insospechadas.

Carlos Pliego es un artista abandonado al arte que se encuentra seducido por el acto de enfrentar la superficie blanca. El lienzo no tiene reglas y se siente cómodo esparciendo la pintura con arrebato, ciñendo el pincel sobre la tela en cada trazo dando la impresión de sólo ser él mismo cuando pinta. Ha desarrollado un lenguaje pictórico que privilegia el empaste, las superficies texturizadas y el trazo desahogado pero rápido y eficaz. Su figuración, incierta, la completa el ojo pero en el camino el cuadro se activa con la potencia brutal de la riqueza matérica del óleo. Su figuración gana en expresividad y sugerencia.


El constante retrato individual y grupal, algo que podemos encontrar en sus ejercicios de producción de manera seguida, hace referencia a la vida misma del pintor, son testimonios de asumir la práctica pictórica como eje del quehacer diario.

Juan Pueblo, por su parte, ha decidido ser pintor y artista, a cambio ha dedicado los días al oficio, al dibujo, al óleo, a la construcción inconsciente de un statement sobre la identidad regional que buscan hacerse presente en todo despliegue de su personalidad.


En sus últimos trabajos su labor frente al cuadro ha dado resultados íntegros; un paleta armonizada con agudos acentos de color, riqueza plástica en el trazo y composiciones más arriesgadas y más logradas. Juan Pueblo referencia la cultura popular local más directamente que los demás, conlleva en su producción un interés constante sobre aquello que representa lo endémico, quizá su estadía en el norte de Europa por varios años haya generado un ojo avizor agudo, comprometido con aquello que define quienes somos.

Irvim Victoria es un joven artista que ha explorado ampliamente las capacidades plásticas de la pintura, de su transparencia, de su opacidad, de su ligereza, de sus tiempos de solidificación, de su saturación. Ha hecho de la pintura su ejercicio diario desde hace ya algunos años.


Su pintura más temprana de gran formato, de mundos orgánicos logrados desde la abstracción y resultado de técnicas experimentales de esparcimiento de la pintura, mostraba ya un pintor en ciernes que entendía el lugar de la pintura en la escena del arte local contemporáneo. Después de desarrollar su proyecto seleccionado para el FONCA, su pintura cobró un sentido más sugerente, un lenguaje entre el abstracto y el figurativo, siempre enriquecido por los volúmenes de sus empastes, de sus chorreados y de su manejo de las texturas. Victoria emplea formas organizadas de plantear proyectos conceptuales lo que ha permitido a su pintura poder ser leída con claridad y tener alcances más ambiciosos.

Adrián Bastarrechea produce en diversos soportes y con diferentes técnicas con la misma soltura y efectividad. Grabado, dibujo, gráfica digital, óleo han sido terrenos que ha transitado con aciertos.


Dentro de su trabajo desarrollado destaca la configuración de un lenguaje plástico ya característico de él, identificable, en el que la trama, el sombreado y la estilización de cuerpos orgánicos componen texturas y formas inquietantes. Cuando esta impronta se evidencia en rostros y cuerpos, sus imágenes cobran un sentido dramático y crítico. Quizá sin buscarlo ha creado un mundo de formas orgánicas que cobran vida y sugieren otras maneras insólitas, extravagantes, forasteras e incluso impropias del comportamiento humano.

El barrido sobre los rostros, la desconfiguración del cuerpo humano, la distorsión deben entenderse como la revelación de una realidad soterrada sólo esclarecida a través de la deformación.


Créditos de las fotografías: Museo de la Ciudad del Ayuntamiento de Mérida 2019

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