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Tom Keating: de restaurador a falsificador de arte
Artículos | 11 FEB 2021 Por Brenda J. Carrión

De restaurador, a falsificador, a conductor de un programa de arte, Keating quiso combatir el mismo sistema que terminó por hacerlo famoso.

Al igual que muchos artistas jóvenes, Tom Keating (1917 – 1984), hijo de una familia de pintores de casas, inició su carrera artística con sueños de destacar en la industria complicada y voluble del arte. Pero al igual que muchos de los que incursionan en esta rama y pasan al olvido, rápidamente descubrió que tener una buena técnica no era suficiente para destacar. Habiendo ingresado con mucho esfuerzo a la Goldsmith College de Londres, abandonó sus estudios artísticos tras repetidos comentarios de sus maestros que opinaban que “si bien su técnica era excelente, su ‘originalidad’ era insuficiente”.

Para percibir buenos ingresos, Keating comenzó a trabajar en talleres de restauradores de arte, un oficio para el cual en la época había mucho trabajo, resultado de las obras dañadas y pérdidas durante la Primera Guerra Mundial. Fue así como llegó a trabajar para un restaurador de moral cuestionable llamado Fred Roberts. Viendo las destacadas capacidades artísticas de Keating, Roberts lo retó maliciosamente a “pintar una obra al estilo de Frank Moss Bennett” para probar sus habilidades. Keating realizó una obra muy buena y orgullosamente le puso su firma, pero posteriormente descubrió que Roberts cambió su firma por la de Bennet y vendió la obra a un galerista de Londres como un original.


Decepcionado por el trato que estaba recibiendo de la industria del arte, Keating vio un área de oportunidad con sus habilidades. Comenzó a producir obras falsas de artistas famosos como Edgar Degas, Samuel Palmer y John Constable, y con ayuda de su entonces pareja, Jane Kelly, las fue distribuyendo al inicio entre personas aleatorias: vecinos, amigos, el despachador de gasolina, un tabernero, una familia de granjeros y más. Posteriormente, con ayuda de una pareja de amigos suyos, les autorizó que éstos vendieran sus obras falsas a las galerías a cambio de materiales de pintura. Además de permitirle a los receptores de las obras una inusual entrada de dinero con la venta de estas obras falsas, se creó en el mercado del arte una sobreoferta de obras de artistas famosos, a la par que coleccionistas y galeristas compraban las obras creyendo que éstas eran originales.

Además, Keating dejaba evidencia dentro de las mismas obras para que éstas fueran detectadas como falsas. Pintaba sobre lienzos que ya tenían otras obras encima (que podían ser encontrados con unos rayos-X), utilizaba materiales que no existían en la época del artista o intencionalmente hacia pequeños cambios en los detalles de las obras. Todas estas pistas, que eran invisibles para el público general, podían ser definitivas para el ojo avistado de un restaurador o un experto que tuviera el equipo necesario para estudiarlas.

Todo “iba bien” hasta que, en 1970 una reportera del Times de Londres, Geraldine Norman, recibió una llamada de un crítico de arte avisándole que una publicación que había realizado, sobre la venta de una obra de Samuel Palmer, parecía ser una obra falsa. En los siguientes años, Norman comenzaría a cuestionar el origen de varias supuestas obras de Samuel Palmer, y hasta que tuvo la oportunidad de enviar una para un estudio en laboratorio, se determinó que al menos 13 obras de Samuel Palmer (adquiridos recientemente por distintas personas) eran falsas. Norman redactó un artículo sobre su descubrimiento, y pidió el apoyo de sus lectores para ayudarla a encontrar al culpable. Eventualmente recibió la llamada de un soplón que señalaba a Keating como el falsificador.

Norman se reunió con Keating, y aunque el no mencionó nada sobre su trabajo como falsificador, si comentó ampliamente su molestia con un sistema que favorecía a coleccionistas, críticos y galeristas a costa de la explotación de los artistas, quienes regularmente no percibían los frutos de su trabajo. Al ver sus habilidades y la evidencia en su contra, Norman lanzó una publicación en el periódico denunciando a Keating como el falsificador. Keating aprovechó la atención de los medios para realizar una rueda de prensa en la que además de confesar ser el verdadero autor de las acuarelas falsas, declaró que en las últimas décadas realizó un aproximado de 2,000 obras falsas de 100 artistas diferentes.

Los cargos se levantaron en su contra, y el juicio inició tomando como culpables a Tom Keating y Jane Kelly. Kelly inmediatamente se declaró culpable, con el fin de recibir una sentencia moderada a cambio de revelar su participación en la farsa. Pero Keating, quien se declaró inocente con el argumento de que el nunca intentó engañar a la gente y solo pintaba las reproducciones para reforzar sus habilidades, sufrió un grave accidente en motocicleta al poco tiempo de iniciar el juicio.

Viendo la gravedad de su salud, los médicos declararon que Keating no se encontraba en condiciones de asistir a su juicio y se creía que su muerte era segura, por lo cual los cargos fueron retirados. Pero para sorpresa de todos, Keating hizo una recuperación completa, dejándolo libre de las consecuencias de sus acciones, mientras Kelly cumplía su sentencia en la cárcel. Una vez recuperado, Keating ya se había hecho de una fama nacional por sus trabajos como falsificador, por lo que fue invitado por un canal local a tener su propia serie de televisión sobre artistas, técnicas de arte y restauración, donde además de compartir sus conocimientos y experiencias, pintaba obras en vivo para compartir con su público los procesos creativos de los artistas que había logrado imitar.

La ironía más grande de su historia llegó después de su muerte. Después de dedicar la mayor parte de su vida a falsificar obras con el fin de fastidiar a los galeristas, críticos y coleccionistas, hoy en día, son ellos quienes, maravillados por su peculiar historia y su incuestionable talento, han creado una demanda por comprar y vender las falsas obras del artista. Al final, se podría decir que Tom Keating cumplió el sueño de su juventud de trascender en la historia del arte de la forma más inesperada.


Con información de Forbes, The New York Times y People Pill. 

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