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Las firmas y el anonimato en el Arte
Artículos | 23 MAR 2021 Por Valeria Correa

Las firmas en las obras de arte son de los elementos más importantes al momento de atribuir la autoría de estas. Otros factores como el estilo, la edad de la obra y su origen pueden interferir, pero una firma suele tener mayor peso al momento de la atribución, sin embargo, no siempre se han firmado las obras, artistas con firmas no firmaban todas sus obras y no todas las firmas son el nombre de artista.

En la antigua Grecia, el arte como las esculturas o la pintura en cerámica solía ser firmado en algunas ocasiones, y es por lo que en la actualidad conocemos los nombres de ciertos artistas artesanos, pero ser una artista no era una profesión reconocida en la sociedad, incluso si se firmaba, no se llegaría a tener ni fama, ni reconocimiento ya que la autoría del arte no recibía gran valor. El anonimato era en contra de la voluntad de los artesanos, y asuntos como la autoría en las artes solo eran reconocidos en la literatura.

Más tarde, los artistas se verían limitados por el teocentrismo, esto se dió desde las manifestaciones artísticas paleocristianas del siglo II d. C. hasta el fin de la edad media, que dictaba que toda creación era de Dios y el resto solo reproducciones, por tanto el anonimato no era entonces una elección, sino una imposición de la iglesia. Cuestiones como el estilo y la libertad de expresión no figuraban en el mapa ya que todo era dictado por la simbología e iconografía de la religión. Sin embargo, después del libro de Las Vidas (1550) de Giorgio Vasari, los nombres de los artistas comenzarían a ser parte importante de las obras, las firmas y la autoría en el arte se volverían cuestiones de máxima importancia para algunos. El prestigio político y social por medio de la adquisición de arte se volvió parte de la cultura occidental y se necesitaban las mejores obras para esto, por lo tanto, era necesario saber quién era el mejor y cómo llamarlo.

Varios artistas comenzaron a dar importancia de cómo eran llamados al ser conocidos, dejando nombres que han perdurado a lo largo de la historia y suenan como rimas que se componen solas, tales como Miguel Ángel o Leonardo Da Vinci, mientras que otros fueron recordados por el seudónimo por el que son conocidos hoy en día, ya que nombres como Donato di Niccolo di Betto Bardi o Domenikos Theotekopolus serían más difíciles de recordar que simplemente Donatello y El Greco. Por otro lado, el seudónimo también puede ser la solución más sabia cuando en la historia hay un gigante como Miguel Ángel y años más tarde, con la misma profesión uno nace con el nombre de Miguel Ángel Merisi; lo mejor fue hacerse llamar Caravaggio, como el pueblo del que provino. Los nombres adoptados por el lugar de origen de la persona eran muy comunes.

Si bien el nombre del artista comenzaba a ser relevante, su género también lo era, es por lo que la firma también era usada para proteger la identidad del autor desde un seudónimo. La libertad de expresión aún tenía un largo camino por recorrer y mayor aún el de la igualdad de género. Es por lo que algunos nombres que conocemos de artistas no son su identidad real. Un caso en el que se oculta el género de la artista sería el de Judith Leyster, sin embargo, la historia de ella no se daría así por voluntad propia, sino que tras su muerte toda su obra se vio atribuida a su marido y pintor Frans Hals, incluso sería cubierta la firma de Leyster con tal de que las obras se atribuyesen a Hals y aumentara su valor. Por otra parte, la fotoperiodista de guerra Gerda Taro, cuyo nombre era Gerta Pohorylle, firmaba sus fotografías bajo el nombre de Robert Capa junto con su marido, pero la súbita muerte de Gerda dejaría el nombre de Capa solamente bajo el uso de su marido. A su vez, la historia de la pintura no perdonaría a las mujeres que nunca ocultaron su género, dejándolas olvidadas y prácticamente inexistentes pese al éxito que hayan tenido en vida, como Artemisia Gentileschi que fue reconocida en vida por personajes importantes del barroco tardío, o Louise Abbéma quien pese a sus reconocimientos no es mencionada. Ciertamente ese no es el caso de todas, ya que conocemos a Remedios Varo, Frida Kahlo, Berte Morisot, sin embargo, el tiempo y el entorno de cada una es diferente y no resta los nombres de otras artistas olvidadas.

Otro recurso para no ser olvidado es el no cambiar de nombre, ya que recuperar la reputación ya obtenida con un nombre puede ser difícil de recuperar si este se cambia. Sin importar las numerosas etapas, cambios y estilos por los que pasó la producción artística de Picasso, sus obras siempre fueron firmadas como tal, o bien con otra parte de su nombre, siendo “P. Ruiz” aun fácil de identificar, mientras que otros artistas como el japonés Katsushika Hokusai, el uso de diferentes seudónimos por cada etapa que atravesaba su arte, pueden complicar un poco la búsqueda de sus obras, la atribución y la consolidación de la idea de su producción completa.

Hoy en día, el artista anónimo más famoso es Bansky, no se conoce nada al respecto de su identidad y parece ser que su máscara frente a la sociedad e historia en el anonimato es su más grande obra, sin embargo, existen otros artistas que al igual que Bansky, trabajan en el Street art desde seudónimos, género en el que parece ser una característica importante además de las críticas sociales que su discurso contiene habitualmente. El anonimato como tal ya no es algo impuesto en los artistas, sino una elección y esta puede ser tratada desde el minucioso cuidado de ocultar la identidad por completo o simplemente desde usar un nombre artístico que separe la vida laboral de la personal, la función y el alcance de estos depende entonces de cada artista y de su público.


Fuentes: Larousse, El País y Agora Gallery.

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