Este artículo es la segunda parte de "Historia del Coleccionismo de Arte". Si desea leer la parte uno, le invitamos a hacer click en el siguiente enlace: https://hartii.art/es/detalle-blog/historia-del-coleccionismo-de-arte-parte-i
En la primera parte de esta trilogía sobre el coleccionismo del arte, hablamos sobre los inicios de la acumulación, el interés por coleccionar y los espacios que reunían todos estos artículos, como el studiolo en el Renacimiento.
A continuación, en este recorrido histórico hablaremos sobre otros espacios destinados al conjunto de obras en el Alto Renacimiento. En el año de 1503, Guiliano della Rovere asciende al solio pontificio y se convierte en el Papa Julio II, el Papa guerrero. La educación humanista que recibió lo llevó a ser uno de los grandes mecenas del Renacimiento como otros pensadores de esta corriente. Tal interés lo llevó a movilizar al Vaticano en expediciones arqueológicas que recuperaran vestigios de la antigua Roma, esto incrementó la colección escultórica del Papa al grado que tuvo que encargar un proyecto para poder ordenarla y mostrarla correctamente. Es así como Julio II le encargó a Bramante un patio en el cual posicionar sus esculturas que sería conocido como Cortile de Belvedere, ubicado al norte de los Palacios Apostólicos y la Basílica de San Pedro. Este fue uno de los primeros pasos para los espacios que se llegarían a conocer como Museos Vaticanos. Entre las obras que se dieron a conocer de la colección de escultura antigua de Julio II están Laocoonte y sus hijos, la Ariadna dormida, la Venere Felice y Apolo de Belvedere.
Las intenciones decorativas vuelven a tomar importancia como parte de los motivos en el coleccionismo con la aparición de las Galerías. Estos espacios no eran lo que conocemos hoy en día, ya que su propósito como tal, no era el de la exposición de objetos valiosos como las obras de arte, sino que existía como unión entre diferentes espacios. Las galerías eran largos pasillos en los que se transitaba a menudo, por lo cual se comenzó a pensar en la decoración de estas, y es así como surgió la idea de la galería pictórica. Para el siglo XVI, ya existían galerías que fueron dotadas de algunas obras de arte como la Galería de los Uffizi o la Fontainebleau, sin embargo, con el paso del tiempo, la popularidad de estas fue expandiéndose, y la idea de galería se fue desarrollando hasta ser muy parecido a la forma que conocemos en la actualidad. Las galerías pictóricas se llenarían de objetos movibles que procurarían la belleza de ese espacio, tales como pinturas, esculturas, jarrones, pilares, entre otros. Sería a finales del siglo XVII, en el que el concepto de galería alcanzaría su culminación con la creación de la Galería de los Espejos de Versalles, donde se aprovechaba el espacio bellamente decorado no solo como un corredizo, sino que todo ahí se encontraba con el propósito de ser mostrado ya que en esa galería también se celebraban ceremonias y bailes en presencia del rey, quien en ese entonces era Luis XIV, el Rey Sol.
De manera simultánea, entre los siglos XVI y XVII también se desarrollaron otro tipo de gabinetes cuyo propósito ya era mostrar los objetos recolectados por el dueño, estos espacios también servirían como antecedentes de las galerías actuales y fueron conocidos como Wunderkammern o cuartos de maravillas, y los Gabinetes de historia natural.
Las Wunderkammern poseían diversas variantes en las que cambiaba la naturaleza de la colección, existiendo entonces las Schatzkammern (objetos preciosos), Raritenkammern (objetos raros), Kuntskammern (obras de arte), antiquitaten kabinett (gabinete de antigüedades) y finalmente, las naturalienkammern, estas últimas fueron muy similares a los Gabinetes de historia natural, sin embargo, tenían fines diferentes. Mientras las Kammern pretendían ser espacios dirigidos a la organización de objetos de la misma índole en un lugar determinado, los Gabinetes de historia natural pretendían el estudio y la divulgación científica, por lo que estos gabinetes realizaban inventarios y catálogos de los objetos de ciencia natural que poseían, enriqueciéndolos con información obtenida desde la investigación a la que se dedicaban los dueños de estos espacios. Este antecedente serviría como base de las instituciones que conocemos como museos más que de las galerías.
En el siglo XVII, el interés por el coleccionismo en obras de grandes artistas se pronunció de tal forma que la labor de los artistas no fue la única beneficiada en esto; anticuarios, agentes y marchantes del arte se encargarían de procurar la recuperación y compra de obras de arte para sus clientes y de esta forma comenzarían a crearse importantes colecciones entre la aristocracia y la realeza.
La compra de arte, tanto por coleccionismo como por mecenazgo se convirtió en una demostración de poder entre personajes que tenían la capacidad de pagar su precio, esto no solo daba la imagen de que poseían gran riqueza, sino también, buen gusto. Se podría decir que la riqueza artística también otorgaba estatus y este no solo se demostraba en la cantidad de obras dentro de una colección, sino en los nombres de artistas que se pronunciaban en esta, así como la capacidad del dueño para discutir su arte, dar una opinión sobre este y lo más importante, presumirlo. Sin embargo, no todo se trató como tal de la adquisición del arte; un método bastante útil para conseguir agrado o favores entre los aristócratas con la realeza sería también regalarlo. Diversas obras pasaron por las manos de más de una familia de esa manera, un ejemplo sería la admirable colección que tuvo Carlos I de Inglaterra, con más de 1500 obras, entre las que abundaban artistas renacentistas y barrocos, destacan nombres como Van Dyck y Rubens, sin embargo, tras su ejecución, su colección fue vendida y adquirida por diferentes coleccionistas, repartiéndose por el continente.
Un noble que sobresale entre quienes pudieron adquirir parte del arte que fue del rey Carlos I, fue don Luis de Haro, Marqués del Carpio quien obsequió varias de estas obras a nada más y nada menos que a Felipe IV de España, un rey conocido por su gran interés en el arte, entre sus bondades. Más tarde una pinacoteca de increíble importancia en nuestra actualidad surgiría teniendo como base la colección de Felipe IV, pero es un poco pronto para hablar de eso en este artículo.
Si bien, del interés que generaron las colecciones reales crecería entre los aristócratas mayor entusiasmo a imitarlos en su adquisición del arte, de las colecciones de dichos nobles aparecería una importante aportación para la historia del arte, este es un género de pintura como tal, la pintura de gabinete.
El Archiduque Leopoldo Guillermo de Habsburgo fue uno de los aristócratas que ayudó a dar origen al género de la pintura de gabinete. En un espacio en el que la galería y las wunderkammern se unían con el propósito de juntar arte y demostrarlo, nacen los gabinetes de pintura, justo en el momento en que el arte aún era parte importante de la conversación que debían de ser capaces de sostener los nobles. La historia de estos gabinetes y este género, sin embargo, no inició con el Archiduque; Adriaen Stalbemt realizó una pintura titulada “Las ciencias y las artes” (1618) en la que retrata un espacio que casi podría identificarse como un gabinete de pintura, sin embargo, este es más como un antecedente ya que las características del gabinete de historia natural aún se encuentran presentes en el cuarto conviviendo con obras de arte.
Con antecedentes como el artista Stalbemt y Willem van der Haecht quien retrató al burgués Cornelis van der Geest en su gabinete de pintura con la intensión de mostrarlo e inmortalizar el momento en el que tenía pláticas sobre arte con otras personas, el Archiduque Leopoldo y su pintor comisionado preferido Taniers, el Joven, se convertirían en los estandartes de la pintura de gabinete, creando hasta una docena de pinturas específicamente del Archiduque en su gabinete mostrando su colección de arte. Cabe mencionar que fue el mismo Taniers quien se encargó de armar la colección, comprando no solo piezas, sino colecciones enteras de nobles ingleses que cayeron en el infortunio de perderlo todo, como el Duque de Buckingham y Conde de Hamilton.
Además, el Archiduque de Habsburgo se cercioró de que su colección fuese conocida y él famoso por ser su dueño. Por ejemplo, una de las medidas que tomó en búsqueda de esto fue enviarle al rey Felipe IV una de las pinturas que le encargó a Taniers de su gabinete y por supuesto, el Archiduque retratado en este.
De esta forma, las colecciones crecían y cuando sus dueños caían en desgracia, las piezas se reubicaban, se vendían y terminaban en diferentes gabinetes o galerías, hasta que el interés por hacerlas públicas llevó a los poseedores de riquísimas colecciones a dar un paso hacia el pueblo, en la siguiente parte veremos cuál fue ese paso en la historia del coleccionismo y la aparición de nuevos agentes con poder para adquirir y patrocinar arte a voluntad.
Fuentes: Artelista, Sobre el coleccionismo. Introducción a la historia, Rome Museum, Biblioteca digital del ILCE