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La hamaca en el arte mexicano
Artículos | 10 DIC 2019 Por Jorge Cortés Ancona

Lecho, cuna, asiento, lugar de juegos infantiles, campo erótico, recurso terapéutico, cernidor de granos, la hamaca es un importante elemento cultural de la Península de Yucatán, aun cuando sea originaria de las Antillas y su llegada en tiempos coloniales se deba a los españoles.

Hecha de hilos de algodón, henequén, sansiviera, nailon, crochet o seda, está presente en la vida diaria de los yucatecos ya sea en los interiores de las casas, colgada (o más bien guindada, antigua palabra aún en uso en la región) o, como si estuviera en capullo, sin colgar, de cualquier modo con función práctica y -por muy modesta que sea- también decorativa.

Pintores mexicanos del siglo XX se sintieron atraídos por este portátil mueble doméstico y lo plasmaron en pinturas, dibujos, grabados, fotografías y esculturas. Jean Charlot, francés de origen y uno de los pioneros del muralismo mexicano, estuvo en Yucatán a mediados de la década de 1920 y representó en colores pastel y formas muy simples, casi con aire infantil, a dos mujeres conversando en un ambiente natural, enmarcadas por la curvatura de dos blancas hamacas que constituyen el primer plano del cuadro, y el juego visual que crean deja semiocultos a ambos lados a una niña y a un perro.

Alfredo Zalce, michoacano, vivió y disfrutó la hamaca al grado de retratarse en fotografía en una de ellas en su visita de 1945. En una de sus litografías plasma a una mujer maya en una casi inverosímil posición de pies y cabeza, con el cuerpo tendido de modo transversal y con su pequeño hijo sentado sobre ella, a la vez que la red romboidal y las líneas curvas de la hamaca contrastan con la cuadrícula de piso de ladrillos. En otra, a lo largo de la pieza, se percibe la hamaca a través de un pabellón, en un efecto de transparencia difícil de lograr en la técnica del grabado. Además de mostrar el interior del cuarto con un hombre que parece estarse levantando y una mujer de pie que le abre el pabellón se ve el exterior a través de un fragmento de balcón, con una veleta característica de la Mérida de aquellos años.

La lista de quienes han tratado el tema es amplia e incluye, entre otros, al capitalino Julio Castellanos en “Bohío yucateco”, donde las hamacas sirven de contrapunto de quietud al caos familiar circundante; a Raúl Anguiano, jalisciense, que representó a través de pinturas y grabados a mujeres mayas yaciendo en este objeto tradicional y a Francisco Zúñiga, costarricense-mexicano, quien las plasmó en óleos y esculturas,

No podían faltar los pintores que la emplearon en su vida diaria yucateca. Ya sea en series u obras individuales, Fernando Castro Pacheco realizó en diferentes etapas pinturas y grabados relacionados con mujeres o parejas en la hamaca, a veces considerando la idea del sueño y el reposo, pero sobre todo en sus posibilidades eróticas. En una serie de la década de 1940, la hamaca es sitio de mestizaje, donde un hombre de piel cobriza, al que podemos asumir como indígena maya, abraza a una mujer de tez blanca, con diferentes posiciones amorosas. En “Prosa de la luz”, serie de 15 grabados sobre lámina de cobre, en los años finales de su larga vida, se aprecian sus virtudes para hacer posible un refinado repertorio de modos de aprovechar la hamaca en términos sexuales.

Un tema reiterado de Juan Ramón Chan, egresado de la Academia de San Carlos, fue la hamaca en múltiples percepciones. Puede ser la conformación femenina que alcanza con el cuerpo de la mujer tendido a lo largo o a lo ancho. En otros casos, plasmar el movimiento, al grado de que la imagen del lecho volante se diluye hasta casi desembocar en la abstracción.

En tiempos más recientes, la hamaca se ha concebido de otras maneras, como en el caso de Juanjo Dziu, de la nueva generación de artistas yucatecos, quien la ha reinterpretado metafóricamente como nido o recinto personal a través de la instalación “Espacio íntimo”, integrando arte-objeto y dibujos.

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